Él es guapo. Claro que lo es. Es muy guapo.
Miro y vuelvo a mirar su fotografía como si fuera la imagen de algún santo famoso.
Me gusta mirarlo y recordar cuando fue mio. Lo veo con su novia, con su ex novia, con una amiga, con unos amigos, jugando al fútbol. Tan guapo. Y ninguna de esas personas saben que fue mío. Que me arrojó a la cama después de haberme quitado la ropa de la misma manera con la que abre apresuradamente la cajetilla de sus cigarros.
Fue tan mío que me dedicó canciones y uno que otro cuento en la gaceta de su escuela, su universidad. Fue tan mío que le temblaban las manos cuando iba a recogerme, que su chamarra de piel lustraba antes de aparecerse frente a mi.
Y yo lo quise.
Como se quiere a un ferrari rojo. Como se quiere al labial coral. Como se ama un buen libro. Como la mejor escena de la ópera roja.
Fue tan mío que se ponía nervioso y su voz temblaba, dejando sólo una sonrisa chueca. Tan mío que compartíamos sueños que jamás se hicieron públicos. Porque para los ojos del mundo yo no soy nadie para él y él no es nadie para mi. Somos extraños.
Bendito Facebook que me ofrece unos segundos de felicidad al mirar tus fotografías y recordar que fuiste mío, mi querido extraño.