El abril, como las flores, que renace

A mi no me basta un anillo para sentir que pertenezco a un selecto grupo de mujeres de mi edad que parece, a manera de epidemia, que se encuentran posando sus manos en todas las redes sociales posible. Quizá por eso, querido diario, me he alejado tanto de tuiter (aunque no de forma indiscreta porque me encanta estalquear a la gente que cree que nadie esta mirando) y de este blog, de ti, mi querido y amadísimo diario que no tiene la culpa de que las mujeres, a la edad temprana de 25 a 30 años se vuelven unas cazadoras urgidas del esposo en cuestión. Muchas veces hasta las he escuchado decir tonterías que no vale la pena rescatar porque soy una persona que obedece a las reglas de las buenas costumbres y, cuando ya no se puede decir nada bueno, querido diario, es mejor omitir.

Omito entonces que he pasado los últimos meses trabajando y bebiendo vino tinto por las noches en mi nuevo balcón remodelado. Me he deshecho de aquella vieja computadora y estoy, ahora incluso, trabajando en una mucho mejor que la anterior, o por lo menos logró inspirarme a volver a ti, querido diario.

Pues como jamás regreso a tomar el hilo de donde vine a confesarme, te diré que la última vez que fui al cine fue para ver Anna Karennina a petición de una vieja amiga. No me gustó. No he leído la novela, que es enorme, pero en realidad me rehuso a creer que una heroína que deja a su marido no tenga la suficiente destreza como para no dejarse llevar por las corazonadas y las bajas pasiones.

Uno no se enamora de sus bajas pasiones. Si eso creen, permítanme condenarles a una vida llena de desdichas. Una se enamora de un hecho, no de un idilio. Se enamora de comprar una casa para compartirla con alguien, no se enamora de quien permite que la penetración sea más sencilla ¿Comprenden?

¿Recuerdas al niño abogado? ¡Cómo olvidarlo! Comí ayer con él y quizá, lejos de no mentirte con el asunto de la computadora, querido diario, lo cierto es que él puede ser la mayor razón que tuve para, después de desahogar ciertos pendientes en la oficina, vine a platicar contigo, para decirte que fue un gusto saber que, de nueva cuenta, el tiempo ha causado que lo olvide de una manera definitiva.

Por ahí, alguna vez leí que el amor hace que el tiempo pase rápido, pero que el tiempo hace que pase rápido el amor. Y es totalmente cierto. Vamos, ¡hasta lo vi feo!, situación que hace más de un par de meses, me parecía imposible. ¡Ande querido diario que el niño abogado es feo! Parece que perdió gracia cual niño de Holliwood que después de hacer tres películas exitosas ahora es un don nadie sumergido en las drogas.

Pasó por mi en su coche y fuimos a comer a un lugar de pastas. Vino tinto y mis pantorrillas enfundadas en medias negras para impresionar con el trabajo del gimnasio, fueron mis mejores aliados. Al final, tuve que desabotonarme la camisa blanca, a causa del calor, claro está... Y no pude evitar sentir su mirada como enganchándose a mi cuerpo.
- Qué pena, le dije, tengo que regresar a la oficina.
- Pppero ¿No me vas a dejar llevarte?
- No.
Y tomé un taxi.
No regresé la mirada, no miré encima de mis hombros, si mi corazón ya es ciego a sus nulos encantos, mis ojos también debían serlo.

Adiós, para siempre.