Siempre es demasiado tarde

Tengo varias razones para buscarte. La principal es la excusa básica que se utiliza siempre cuando, sin querer, me descubro mandándote un mensaje al celular:

Esta no es una promoción de vida. Es la vida.

Y luego, me ponía a leer un poema de Neruda. Estúpida.

No estoy segura en realidad de que me leas. No es posible advertirlo. Tal vez hayas dado un par de lecturas a este blog, esperando (o deseando) que alguna de esas historias fuese la tuya. Pero lo cierto es que hace mucho tiempo que me dediqué a olvidar lo que fue de nosotros. Y quizá si yo comenzara a escribir de nosotros, terminaría mintiendo. Lo recuerdo son solo escenas, sin sonido, temerosas, llenas de color, pero sin diálogo. Terminó por ser una salida para mi, un invento. Ya te explico:

Cada vez que me encuentro en una escena de la que quiero escapar: una cena familiar, una película que estoy viendo con alguien al que me quiero follar pero con quien primero tengo que pasar por todos los requisitos de que me importa, cuando estoy al teléfono con mi jefe y ya me ha hablado ocho veces de lo mismo (lo cual siempre, a los mexicanos se les da mucho), cuando tengo un tiempo para mi y estoy esperando mi orden en el restaurante; bueno en tiempos vacíos, pienso en las historias que nunca nos dimos.

¿Sabes cómo? Las hilo todas. Hago una historia del vago recuerdo que tengo y hay días en dónde me salen espectaculares, otras no tanto, si te soy sincera. Han llegado a terminar en que te saco el corazón en un sacrificio humano. Aunque puede ser más bien que esos fatalistas los haya soñado en una noche de tormenta.

Tengo unas cuantas escenas muy bien formadas. Recuerdo la mayoría de la trama (recuerda, sin los diálogos) y quizá un día de estos, me atreva a llenar los espacios vacíos para un goce personal.

Lo que sí recuerdo, fue una noche en la que me llevaste a cenar a un lugar en la Roma, tenía un árbol enorme con muchas luces y antes de entrar, me quedé mirándolo un rato. Me tomaste por la cintura y me susurraste: ¿Te gusta? Pero yo no contesté. Te quedaste ahí, esperando un poco de tiempo, pero cuando advertiste que no te iba a contestar, lo único que pudiste hacer fue dirigirme a las escaleras, y llegando a la entrada del restaurante, la hostes nos enseñó el lugar dónde nos ubicaría. Tu te sentaste al lado de mí y me dijiste, mientras me tomabas de la mano: Siempre voy a recordar esta noche.

Recuerdo que sonreí.

No alcanzo a ver con claridad en esa escena que justamente acabo de evocar, que fue lo que hacía importante a esa noche en particular. Solo recuerdo que sonreí.

Que incrédulos fuimos al pensar que ambos recordaríamos esa noche.

Siempre, es demasiado tarde, al parecer.

No me hagan mucho caso, voy a empezar a retomar este hábito. Para bien o para mal.

Indirecta 1

¿Y qué hubo de la noche en la que decidimos decir "adiós"?
Cenizas.

Y esas 500 noches que todavía no terminan.

Si todo fuese simple, siguiéramos con vida.
Muertos, dibujando entre escombros, nos hemos olvidado.
Como quien olvida la contraseña de su correo electrónico: Mejor se busca otro. Crea una nueva vida, con el perfil que le hubiera gustado, con el juego de golf cada fin de semana y con el cigarrillo a medio terminar cada miércoles, a las 17 horas. Pensando en que quizá en la vida paralela en la que nos gustaba pensar, también terminamos mal.

También, terminamos.