Étereo

Desde hace siete años, casi ocho, tengo una relación secreta que va y viene, dentro del mar de todas mis otras relaciones fugaces. Nos escribimos cartas por correo electrónico y mensajeamos hasta la madrugada por teléfono. Mediante esta bendita tecnología que, aunque estando sola en mi departamento, siempre estoy acompañada por miles de palabras. Pero es momento de confesarme.

Una no puede suponer que el amor durará por siempre, a lo largo de los años, pero esto ha sido tenue y ello le ha valido el tiempo transcurrido.

Hemos pasado por tantas cosas que de escribirlas, tal vez en algún momento haga una novela o un guión de película que sólo verán las mujeres que siempre han querido tener a alguien a pesar de todo.

Y ahora estoy aquí, confesándome después de tantos años, querido Diario. Y lo hago porque ya no puedo más.

La leyenda se desfunda y se convirtió en realidad. Justo eso hizo que la magia terminara.

En el fondo se escucha una ligera música de piano. Estoy cansada de todo, de fiestas navideñas, de la familia y de compromisos con la oficina. Dejo las zapatillas en la entrada de mi recién alfombrado hogar. Abro una botella de vino y de pronto un mensaje:
- Qué haces?
- Llegando a casa, ¿gustas una copa? - envío una fotografía de la botella y de dos copas, una llena y la otra, vacía.
- Sigo en el trabajo.
- Son las tres de la mañana.
- Lo sé.
- Bueno, yo bebo esto y disfrutaré mi viernes.
- Me gustaría estar contigo, aunque de cierta forma, estoy.
- Pero no estás dándome un masaje a los pies.
- ¿Recibiste mi regalo?
- Si. No tenía idea que tuvieras la dirección del despacho.
- Yo no tenía idea de que después de tantos años, te ame tanto.
- Esas son palabras mayores, las cuales no puedo leer en voz alta. Me aterra.
- Pero es la verdad.

Me sirvo otra botella de vino y entonces todo termina entre borbotes de tinto y unas cuantas canciones dedicadas. Lo cierto es que nos sentimos muy solos y el saber que existe alguien del otro lado, lejos, pensando en ti, recrea un área de confort que nos ha mantenido cuerdos por tanto tiempo. Él deja de escribir. Dice que me ama pero no me escribe los fines de semana. No es necesario ser un detective para saber porqué. Seguramente yo tampoco abandono el juego porque había estado muy ocupada tratando de tener una vida social, o porque salía con alguien o por algo en especial. Pero lo cierto es que nunca me había hecho tanta falta como ahora.

Ahora que justamente, es viernes. Y le tengo miedo al sábado pero pánico al domingo. Me invento algunas cosas que hacer pero miro el celular cada diez minutos y eso no es vida. Cuando una canción te gusta la repites mil veces, la cantas, miras el vídeo. Pero luego, te cansa, deja de ser tu canción favorita, surge otra, pero ¿hasta cuando? pero ¿y si no?

Por el momento, no he encontrado nada en la radio que me guste, este estilo nuevo me abruma pero no me gusta. 

Estas heridas no se han construido solas, he recorrido mucho para llegar hasta aquí.
Y me siento terriblemente triste.

Triste porque las páginas en blanco se siguen quedando así, y tan sólo obtengo suspiros de lunes a viernes. Porque no he querido tener a alguien más, pero él no me ha querido tener a mi. La historia entonces se convierte en un veneno que estoy pensando si tomar o no.

De todas las historias que pudiera contar, esta es la más etérea. No la puedo tocar, no la puedo terminar, porque no se puede terminar algo que no se ha iniciado, porque no lo tengo frente a mi para pedirle que se acaba de ir no sólo los viernes, sino todos los días.

Y de pronto, a la luz de un sol inexistente, un mensaje:
- Que tengas un viernes, maravilloso.

Y yo vine a escribir esto.