El juego

Mi corazón se humedeció con el candor de su lenguaje obsceno por teléfono, del cual no tuve más remedio que colgar. Al otro día llegó a la puerta de mi oficina con el anuncio: Licenciada, la buscan.

Me buscabas como si el mar buscara a la luna en una marea hipocondriaca.

Como me reí por dentro. Fue sexo por teléfono y ahora estábamos frente a frente burlándonos de nuestro comportamiento adolescente.

Y quise reír. Reírme de mí por fuera. Por querer a diario que me quieran y conseguir que cada mosca se acerque a esta miel pensando que formará una historia para siempre. Pero yo tengo fecha de caducidad, que pena.

Tiene buena voz, pensaba, mientras lo veía encima de la computadora, mientras me rosaba la pierna con sus zapatos caros. Quizá en otra ocasión, concluí. La verdad es que ni está tan guapo. Hoy tengo una cita con películas en mi casa, mientras escucho la lluvia caer. Hoy no lo necesito. Quizá mañana sí.

¿A que juegas?, pregunté.
Al juego que quieras inventar. No me digas las reglas, yo me las arreglaré.

Tiene un punto más, bueno cinco.

¿Y el niño abogado?
Ahogado en una canción.

¿Y él?
Lejos, casado con otra, jugando a la casita.

Yo juego a... Esperen, todavía no le pongo nombre. ¿Sugerencias?

I need a....

Tu sabes querido diario que en realidad no soy una mala persona.
Lo que pasa más bien es que requiero de ciertas atenciones que un solo hombre no está dispuesto a darme.
Entonces tengo que salir y buscar por lo menos dos.
No es cuestión tan compleja. Me niego rotundamente a exigir más a cualquier persona, conociendo sus limitadas capacidades. Pero eso no es culpa de nadie, es que en realidad, nadie es lo suficientemente apto para todo. Somos un conjunto de incapaces y lo que hay que hacer es juntarse con aquellos que nos ofrezcan un beneficio.
Y yo necesito muchos beneficios.
Yo supongo que todo el mundo debe de estar muy de acuerdo conmigo, en el fondo, sólo que se les hace complicado creer que la exclusividad. Yo soy libre y me junto con quien necesito, en el momento en el que lo necesito. Así de sencillo.
Y hoy necesito: Un revolcón.
Con permiso.

-Intermedio musical-

Extraño escuchar a los artic monkeys al lado de mi oficina.
Lo extraño. A todo él y su séquito de mujeres parlantes. Extraño su inmensa paciencia y mi afán de devorar algo que sabía no podía comer... Ni siquiera masticar.
Pero no lo vayas a decir muy alto, querido diario, no vaya a ser que se de cuenta, me pida explicaciones y yo me niegue profundamente fingiendo demencia y contándole que últimamente he tenido mucho trabajo.
Que personaje tan barato resulté.

Pero así es esto. Eso suele pasar cuando se pierde... y cuando se extraña ganar.