Lunes en donde resulta que no cambié el horario de mi despertador y me levanté a las seis de la mañana en lugar de a las cinco. Ya no pude ir al gimnasio porque a esa hora ya no alcanzo ir al vapor tranquilamente ni bañarme dignamente.
Lunes en el que la tarjeta del estacionamiento quedó desprogramada y me quedé esperando que alguien de la oficina llegara para poder arreglar el pequeño inconveniente.
Lunes, querido diario, dónde al llegar a la oficina y comenzar a ver los pendientes con mi café matutino, recibo la llamada inesperada.
"Había estado queriendote marcar desde hace mucho".
Pausas innecesarias, yo no quise decir más que monosílabos que no pongan en la línea de fuego a este cuerpo inerte, cuando de pronto:
"Me caso en tres semanas y nos gustaría que nos acompañaras".
Un plural funesto.
Un imperativo egoísta, como todos. Un muro que cae lentamente. Sabía que tenía que reaccionar, querido diario. Sabía que no tenía que poner al descubierto mis ganas locas por recriminarle algo. Pero las palabras no salían de mi boca.
"Pues no hay nada que decir, más que me da gusto por ustedes y que obviamente los acompañaré".
"Gracias, significa mucho para nosotros, te mandaremos la invitación con el chofer, lo haríamos nosotros mismos pero como te imaginarás, estamos vueltos locos por la premura del evento".
"Lo imagino. ¿Dónde pondrán la mesa de regalos?"
"No habriremos ninguno"
"Bien, entonces supongo que de mí podrán esperar un tostador".
Silencio fúnebre.
"Ahí estaré. Saludos y felicitaciones a ambos".
Lunes, querido diario, de pensar que todo se desmorona en un instante. Pero de pensar, que tengo al menos, un problema menos de que preocuparme. Verás, la indecisión me estaba matando y ese niño abogado se salió con la suya. Mira que enamorar a la socia del despacho y hacer una mansión en el Estado de México para codearse con la alta sociedad, tiene un mérito que no alcanzan las palabras en el diccionario para nombrarlo.
Indecible.
Sólo puedo calificarlo así, como un final inesperado que había sido planificado con cautela.
Este juego de máscaras me tiene harta. ¿Para qué? ¿Con que fin? Es un show en el que no estoy segura de participar. Esta vez no me gustaría ser la reina del ajedrez por el que se hace jaque mate. Seguro ella espera decirme con la mirada "gané". Y simplemente, querido diario, no era necesario que lo hiciera. Ella ganó hace mucho, el premio era todo suyo. Yo lo había perdido mucho antes de comenzar el juego.
Porque yo siempre me dejo perder por un peón.
Porque estoy demasiado cansada para jugar y sólo disfruto de los movimientos de alfil, pero estoy muy cansada de pensar que en el tablero, la reina tiene que estar al lado del rey. En mi caso, ese no es mi lugar. Para mi, eso no es "jugar", prefiero moverme todo el tiempo, por todo el tablero y moverme como torre, como caballo, a mi conveniencia.
Yo pierdo los juegos, todos. Pero no pierdo el poder, simplemente porque no espero quedarme al lado de un rey que sólo sabe moverse cuadro por cuadro.
Yo no.
Tu ganaste, querida.
¡Felicidades!