Hace un año, vivíamos intensamente un amor, querido diario, con el niño abogado. Nos escabullíamos sin pensar que estábamos a un mes de que todo terminara. Que tristeza pero así era... Así fue y así será.
La historia no se escribe por episodios a menos de que los recuerdes a la perfección y lo que me preocupa (y no) es que poco a poco se ha ido diseminando mi memoria tras las frases perfectas que salían de mi boca. Las caricias perfectas que salían de sus manos y las tristes despedidas que en ese entonces me sabían a dulces continuarán.
Todo hasta ahora me ha provocado un intenso dolor de estómago. A últimas fechas me he visto contagiada de una apatía que es complicada de plasmar. Me he acostado con hombres que conozco en los bares y en fiestas a las que fui invitada por prácticamente desconocidos. Luego viene a mi mente esta idea de despertarme temprano, generalmente antes que ellos y entonces me voy. Esta vez sin notas ni recuerdos de mis labios rojos ¿Para que? No quiero volver, no deseo que me amarren ni alojar más de esos infames recuerdos y por eso, me pierdo.
Conocí a un notario de cincuenta años muy bien conservado que para fines educativos le diremos "50".
Cincuenta me invitó a cenar en un lugar en polanco que parecía escondite japonés. No me gusta mucho el sushi pero resultó que existen platillos aún más exóticos. Puntos extras.
Me lleva poco menos de veinte años pero no tiene nada que ver con un niño al que le llevo como ¿Cuántos eran? ¿5? ¿6? Nunca fui buena en matemáticas pero creo que la balanza se inclina considerablemente con cincuenta. ¿Quién lo diría?
Cincuenta es divorciado y tiene dos hijos cuya fotografía me mostró
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