Un día.

Suelo llegar al trabajo agotada. El camino de mi departamento al trabajo no es muy largo, pero es tedioso y lleno de obstáculos absurdos, hasta cierto punto.

Prendo mi computadora y comienzan las llamadas. Soy abogada al cien por ciento en esa pequeña oficina de polanco. Trato de arreglar problemas, soy la jefa de muchos pasantes y recuerdo cuando yo era una de ellos, estudiar y trabajar no es nada fácil, a veces bromeo con ellos, les exijo que no me llamen jefa, me hacen sentir vieja.

A pago la computadora diario a las ocho de la noche. Mis jefes ya se han ido hace dos horas, los pasantes a las tres corrieron a sus aulas. La secretaria se despide de su novio en el messenger, la dejo salir a las siete en punto. Y suelo poner a Frank Sinatra, subir las piernas al escritorio y fumarme un cigarrillo.

Cuando exhalo el humo, me acuerdo de ti.
A veces lo omito, porque mi mente es poderosa, pero cuando me gana, dejo que lo haga bien.
Te extraño y ya no sé que hacer con este sentimiento.

De lunes a viernes, me distraigo bastante. Los sábados generalmente en el gimnacio se pone bueno el chisme y en el spa me relajo y pienso en blanco. Pero los domingos se me escapa uno que otro suspiro. ¡Que daría yo por estar contigo!


Imagen cortesía del Sr. Google.

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